domingo, 26 de octubre de 2014
LAS VERDADERAS RAICES DE ALEX BREAVE
POR: MARIANO MARIN
A los diez años Alex, salvo la vida dos niños lanzándose al rio y con tarzánica destreza los sacó a la orilla y logro salvarlos de la corriente que los arrastraba. A los veinte años por acciones en combate le otorgaron la medalla al valor en un enfrentamiento contra las fuerza opositoras al gobierno. A los veinticinco años le otorgaron su título de abogado y notario con las mejores calificaciones y honores de la Universidad Nacional Autónoma De León. Breave luchó por los derechos humanos, por los derechos de los negros y resto de minorías étnicas del país. Luchó contra la contaminación ambiental y así con muchas más luchas, ganadas unas, aun en litigio otras, se ganó una beca para irse a sacar un doctorado a Sevilla, en la Universidad de La Rábida.
Ignacio Pérez, biógrafo e historiador de la ciudad, decidió recrear la vida de Alex Breave, partiendo de su lugar de origen, un pueblo a orillas del rio San Juan, de donde venía su familia. Hacía días que no escribía en el diario y la gente le demandaba leer sus historias. Hablando con su editor en jefe, le comentaba que quería ir a investigar sobre este personaje que parecía el ciudadano perfecto. Este le contestó pero parece que no es así? Verdad?. Exacto, le contesto Ignacio. Toda verdad se debe de confirmar. Bueno, comenzare por ir a conocer este pueblo e investigar con su gente sobre dicho ciudadano.
Tras un vuelo de 1:00, hora, más o menos, llego a su a su destino. Un pequeño poblado a orillas del rio. Ahora la gente vivía de la pesca, la madera y de la raicilla, un importante producto para fabricar medicinas, y de un incipiente turismo. Aquella mañana con aire fresco, un cielo desmesuradamente perfecto y un sol de oro, Ignacio empezó por recorrer el pueblo. Era muy claro que no tenían muchos visitantes, las caras de abulia en los corredores de madera a las entradas de las casas lo denunciaban. Aunque el rostro más inexpresivo lo coronaba un busto casi escala natural sobre una base de cemento que en una pequeña placa metálica decía: A ALEX BREAVE. EL GRAN HOMBRE. La imagen de Breave parecía mirarlo fijamente, lo que inquieto a Ignacio. “Debimos hacerla más grande” dijo alguien detrás de él. Era el jefe de la policía. “La pusimos hace unos dos años, cuando regreso de Europa. Pero cada día lo veo más pequeño, ¿que lo trae por estos lados?” Me llamo Ignacio y soy periodista. Y estoy escribiendo sobre la vida de este gran hombre. La gente se había venido acercando. Pero un silencio muy denso. “Así que es periodista”. “Oyeron, al fin alguien se dignó venir a escribir sobre Alex. Nos da mucho gusto y desde este momento Ud. es nuestro invitado.” Tendrá el mejor cuarto del hotel”, dijo el gerente del hotelito. Sin saber porque, Ignacio volvió la mirada hacia la ventana del bar de enfrente.
Por la noche fue al bar y todo el mundo lo invitaba a tragos y comidas. Se preguntaba si al propio Alex lo habrían invitado a tanto homenaje.
Unos contaban las hazañas de juventud, otros de las noches de cacería, de las travesuras de la niñez, típicas de ese tipo de pueblo. “Escriba todo eso amigo”. Le decían.
“Déjenlo en paz”, dijo el jefe de la policía. Al salir el jefe lo acompaño por unas cuadras y pasaron cerca de una casa que le llamo mucho la atención. Y le pregunto ¿y esa casa? “Ah! Le dijo esa es la casa donde nació Alex, dicen que su padre la construyó cortando la madera con los peines de los "pejesierras", pues en ese tiempo no venían instrumento de hierro como ahora. Pero deben ser mentiras la gente habla sin saber”. La casa era un tanto tenebrosa, demencial, un espectro en medio de la nada, un monstruo con huecos débilmente iluminados, parecía reír, latir, bullir, con un escalofriante rumor de selva. “El viejo murió hace mucho pero siempre esta como habitada”. Comento el jefe, y diciendo esto, se despidió dejándolo cerca de la entrada del hotel. Camino solo por unos pocos momentos en lo que un rugir tremendo salió de la obscuridad y le envistió una camioneta blanca brillante, que lo lanzo hasta el rio para evitar ser arrollado. La gente apareció de pronto de todos lados y lo levantaron preguntando si estaba bien. Parecía que todo el pueblo se hubiera congregado. El solo balbuceo: “era una camioneta blanca brillante”. La gente se volvió a mirar unos a otros y casi en coro dijeron: “Aquí no hay ninguna camioneta como esa”. A lo Lejos en el bar se escuchaba la trompeta de Louis Armstrong tocando “Moon River”.
Ignacio se despertó sobre las notas y apuntes que durante la noche había escrito. Era ya tarde, más cerca del mediodía. Medio leyó lo escrito y se preguntaba si en algún momento Alex pudo haber sido un hombre tan admirable. ¿Y esa devoción tan desbordadamente infantil de los vecinos del pueblo? ¿Tendría sentido continuar con esta historia? ¿Seguir allí? Solo le quedaba una cosa: El Bar. Ignacio decidió ir a visitar a la dueña del bar. Pero antes de salir de cuarto de hotel escucho que hablaban en la planta baja donde especulaban como eliminarlo. Subió de regreso a su cuarto y saltando por la ventana corrió como lama que llevaba el diablo. Cayó sobre la camioneta blanca de la otra noche, que hoy le sirvió de soporte y amortiguamiento. De su tina salto corriendo hasta llegar al bar donde como anunciado le esperaba la dueña. Ahora sabía cómo se llamaba, Rosa. Era una madrugada de insomnio. Sin preámbulos ella le empezó a contar su historia. ”Yo amaba a Alex Breave. Era extraordinario. Yo solo fui su mujer. Así me lo hizo sentir siempre. Hace años se fue para Europa, no se despidió ni nunca regresó. Hace un par de años llego un hombre muy parecido a Alex, haciendo el papel de él. Hablo con tanta convicción que la gente le creyó. Allí donde está el monumento se paró sobre una improvisada tarima e hizo mil promesas que hasta ahora cumplió. Construyo una escuela, una iglesia, un banco que dio préstamos a los pobladores sin que tuvieran hasta hoy que devolverlos. Con las tierras heredadas de su padre hizo una especia reforma agraria y las vendió casi de regalado y las repartió entre todos. Yo no dudo que él esté muerto. Pero para el pueblo este es el Alex Breave que existió. Aunque saben todos que no es cierto. Es una mentira que todos quieren creer”.
El rugir de motores acercándose al bar anunciaba una tragedia. Rosa le dijo “Váyase, huya por la vereda de la izquierda y llegara a la carretera sin que lo vean. Ignacio corrió hasta que encontró una camioneta blanca brillante y le abrió la puerta para subirse. El hombre era un moreno de mediana edad, pelo ensortijado y entrecano, con una barba de candado y bigote fino. Y le dijo: “No se preocupe lo llevare donde quiera. Me llamo Alex”.
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