RECUERDOS
ISLEÑOS X
Por MARIANO
MARIN P.
El día
amaneció brillante y fresco. Rosendo, el mandador de la fincas, nos llegó a
decir que las bestias ya estaban listas, y que podíamos salir cuando
quisiéramos que él se iba al chagüite a ponerle urea y que nos veía
después. Mi papá le dio unas indicaciones
(en realidad eran ORDENES), desayunamos y nos dispusimos a partir. El viaje por
la costa del lago hasta llegar a la subida de los Villanueva, vecinos nuestros,
era agradable, bajo unos grandes Habillos que nacen a orillas de la playa, con
la brisa que se cuela entre los zarzales y las mujeres lavando sin camisa
dentro del lago, hacían realmente, repito, agradable esa parte del viaje. Después
venia el martirio de casi una hora por un camino entre piedras y troncos
salidos, del ancho de unos dos metros y cercos de alambres de púas que más de
una vez me pincharon las piernas, se hacía una eternidad llegar al camino real
que va de San Marcos a Altagracia. Aún Mariano Marín Mena, no había ampliado la
carretera hacia el lago, que cambio todo el aspecto de la entrada a la comarca
de San José del Norte. Sin embargo, al triunfo de la revolución nos quisieron
confiscar y los vecinos organizaron una cooperativa automáticamente y eso que
mi papá les había dado una manzana de tierra para una escuela y una capilla,
más un predio para un campo de béisbol. Pero bueno, así es la vida. Al fin
llegamos al camino y esta vez nos fuimos por el lado de San Marcos para ir a
ver a la Blanca Arias y David Ghittis que vivían en “El Refugio”. Esta finca
quedaba después de “La Florida”, del primo Lisímaco Amador que queda cerca de
Trigueros, lugar donde nació el poeta Francisco Pérez Estrada, a la par de “La
Pradera”. Que es otro capítulo de mis historias y tal vez uno de las más
importantes para mí. David era un judío de Tel-Aviv, que varios años después le
cambiaron el nombre de El Refugio al de la capital Israelí Tel-Aviv, no sé si
él o sus hijos. Probablemente fue el nieto Moisés, hijo de Natalio, que es el
chischil de la familia. David era muy atento, lo único era que entenderle a
veces era un poco difícil, porque a pesar de haber vivido muchísimos años en la
isla, nunca aprendió a pronunciar bien el español, lo que era muy divertido
para mí. La Blanca era una señora atenta y regañona. Pero en su casa había un
bar-restaurante llamado el Casino Nicarao. Por las noches y sobre todo en
Semana Santa se hacían unas fiestas interminables, yo que dormía muy cerca del
bar, era un infierno aquello. Pero un chavalo se duerme en medio de una barrera
de toros decía mi papá. La estadía en Altagracia era emocionalmente fuerte y me
da mucha melancolía ahora cuando paso por esos lugares y que la vida ha
cambiado. Creo que estuve en el casamiento de Natalio con la Sylvia Rivera y en
el de la Raquel, la otra hija de David, que se casó con Ramón Pérez, un hombre
muy galán y además músico. Tocaba saxofón, clarinete y flauta. Al final de su
vida lo recuerdo aún, se dedicó más al clarinete. Hasta un poco antes de que se
nos fuera del planeta, lo vi tocando en una misa de la virgen María en la
Catedral de Granada. Volviendo al punto, nos quedamos una noche en la casa de
David que pasó muy rápido, pues los cuantos de mi papá con él y la Blanca me
hicieron corta la noche y nos dormimos tarde. A la mañana siguiente salimos de
regreso y yo le dije a Mariano Marín que si íbamos a pasar por La Ponsoria, ¡que
jodes hijo, bueno pues, pasemos” me dijo. “No sé qué es el amor por esa piedra
jodida. Estas igual a tu Pachico, así le decía yo a Pérez Estrada que era
hermano de mi mamá y que era antropólogo (el primero de los graduados de verdad
en el país) que tenía obsesión con los cuentos y leyendas de Ometepe. “Pero
tenemos que pasar saludando a Moreno”, me dijo. Moreno le decían a Emilio que era
Rivera Moreno, pero la gente solo así le decía, y hasta él mismo. Moreno. Lo
paradójico era que era blanco y ojos claros y aquí nosotros nos dicen morenos a
los negros, cuando nos quieren tratar “con
cariño”. Con él, Pérez Estrada escribió más formalmente la leyenda de
Chico Largo que ahora se hecho famosa y que ha dado fama al Charco Verde y a
Venecia, la leyenda está incluida en el libro Muestrario del folklore Nicaragüense, escrito a limón con Pablo
Antonio Cuadra; la fincas contiguas actualmente son hoteles de los hijos de
Emilio. Pero bueno, no me molestaba, por el contrario ir donde Emilio era una
alegría porque él era un persona muy inteligente y conocedor de la medicina
natural, gran agricultor, trajo la siembra del algodón y el desarrollo el
tabaco en gran siembra a la isla. Además, me gustaba como contaba las cosas.
Era ameno y sabio y pícaro. Pero bueno, después de donde Moreno obligue a mi
papá a pasar por la piedra monumental. Le pedí que me dejara un rato contemplar
y tocarla. Era de una textura muy fina. Su rectangularidad era de una
perfección increíble. Me quede extasiado viéndola por todos los lados y hasta
que oí, “Negro, vámonos”, volví a la realidad. Me monte en mi caballo y nos
regresamos a la finca. Años después, vino la construcción de la carretera que
daría la vuelta a la isla y mágicamente con una carga de dinamita, los genios constructores
e ingenieros del “plantel de carreteras” volaron en miles de pedazos La
Ponsoria y mis sueños.