jueves, 3 de septiembre de 2015
EL MARAVILLOSO VIAJE DE JAIME TONINO GIL A ITALIA
Jaime Antonio Gil, “Jaimito”, como le decían sus amigos de León y resto del país, era un muchacho curioso y había estudiado biología con especialidad en entomología, carrera que nunca ejerció pues se dedicó a la fotografía como profesión y pasatiempo. Un día escuchó decir en su casa que su familia descendía de italianos milaneses, y eso lo inquieto de tal manera que se alistó, en todo el sentido de la palabra, a ir a conocer Milán y ver su aún quedaba alguien de sus ancestros. Agarró un paquete de esos que ofrecen las tour operadoras y le pareció aceptable el precio y el tiempo para conocer su tierra ancestral. Milán, capital de la Lombardía era un centro de muchas posibilidades económicas y artísticas, alta costura, vehículos de lujo y de carrera, arte en general. Con su cámara Hasselblad y su Nikon de uso diario se fue cargando su maleta de viaje y bolso de equipo con lentes fijos, zooms y demás intercambiables para ambas cámaras. Se instaló en uno de esos hoteles que te llevan a la fuerza los operadores turísticos, que no son malos pero tampoco tan bueno como uno quisiera. Pero bueno, pagas lo justo y eso te da posibilidad de andar por tu cuenta sin caminar en esos grupos guiados por un tipo con altoparlante y que dicen cualquier mentira de los lugares y su historia. A Jaimito lo que le importaba primero era conocer un poco y luego investigar sobre sus posible familiares que a lo mejor el que quedaba tendría unos ciento veinte años si es que vivía aun. Camino por un momento por calles pequeñas y muy típicas de la parte antigua de la ciudad, y sin darse cuenta llegó a la fabulosa Catedral del más bello gótico que sus ojos nunca vieron. Su imponente altura y detalles de las torres y sus puertas talladas en una finesa como hecha por el mismo Dios nuestro Señor. Embelesado por tanta belleza estaba absorto que no se fijó que otra belleza lo observaba a su lado. Una trigueña de ojos verdes como el mar, con un cuerpo escultural, con una cara digna de una Pietá de Miguel Ángel. Ella dio unos pasos que sonaron en el basalto de los ladrillos circundantes del atrio. Jaimito se volvió a su lado derecho y la miro de pies a cabeza y en ese momento todo lo que había admirado del gótico de la catedral se esfumo. Ya no hubo más admiración por el arquitecto creador del templo. Sus ojos solo estaban para ver aquella ragazza veinteañera que sería desde ese momento su guía, su traductora, su todo. Ella lo llevo como perrito faldero a la galería Vittorio Emmanuel II, luego a la famosa Scala teatro donde muchos se hicieron famosos, y tantos divos se consagraron. El Palacio-Castillo de los Sforza y luego se fueron al lecho donde caería en sus brazos y sus piernas y sus pechos y su boca. Jaimito, débil como siempre ante esas beldades, se dejó ir en un abismo de placer y lujuria, que aunque en su subconsciente recordaba era un pecado capital, no le importo. Al día siguiente ella le planificó un viaje a Verona, para ver la antigua residencia de los Capuleto y los Montesco, a la Plaza de Bra, al anfiteatro romano y luego al Véneto donde caería otra vez en sus brazos. La mañana siguiente se despertó solo y buscó por toda la habitación, bajó al lobby y pregunto por ella. La segnorinna que le había acompañado la noche anterior y el conserje le dijo, “Perdón, señor usted vino solo, no venía con ninguna acompañante”. Regreso a su habitación y en lado donde ella durmió sobre la almohada encontró un rosa Príncipe Negro y una nota en papel antiguo: “Yo soy la familiar que estabas buscando. Besos y adiós”.
MARIANO MARIN Granada 31 de Agosto del 2015
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